Decir violencia obstétrica es decir maltrato al recién nacido, un abuso contra el ser humano más indefenso y vulnerable: una cría humana llegando al mundo y, además, contra su madre, quien es su único referente al nacer. Tan vulnerables somos al nacer, que se habla de un periodo de exogestación durante aproximadamente el primer año de vida, durante el cual necesitamos ser sostenidos, alimentados, cuidados y protegidos más que ninguna otra cría mamífera.
Contamos con datos cada vez más contundentes acerca de la Violencia Obstétrica ejercida contra las mujeres en el proceso de dar a luz a sus hijos e hijas[1] (OVO, 2018).
No cabe duda ya de que se trata de un caso más de violencia de género, cruelmente normalizada en la sociedad patriarcal. Se nos dice que pariremos con dolor, pero que pronto se nos olvidará ya que la alegría de tener a nuestros bebés hará que todo lo sufrido sea sólo una anécdota, y que en todo caso, los buenos doctores (generalmente hombres) nos cuidarán y salvarán de los peligros del parto. Nos separan de nuestro bebé recién nacido por nuestro bien, para que podamos descansar y reponernos de la paliza que nos acaban de propinar, y que hoy ya podemos nombrar como violencia obstétrica. Podría incluso ser redundante hablar más extensamente de cómo nuestra civilización se ha encargado de mistificar este momento sagrado que es el de parir una criatura, de cómo se cosifica a la mujer de parto (el personal sanitario entra y sale, habla de ella como si no estuviera ahi, la infantiliza, etc.); se la asusta y culpabiliza (siempre hay peligros, especialmente para su bebé, si no acata los protocolos); se ignora o se ridiculiza sus preferencias expresadas en un bien pensado y amorosamente elaborado plan de parto; debe librar una batalla contra el sistema para poder contar con la presencia de su pareja en el parto, siendo ésta una recomendación explícita de la OMS incluso en medio de la pandemia COVID.
Todo esto ya tal vez no es novedad. Lo que poco se dice es que el cuerpo de la madre, las emociones enraizadas en él, su placer, su miedo o su dolor, constituyen el mundo del que está por nacer, naciendo, o recién nacido. Lo que se haga a la madre, se le está haciendo a su cría. El sistema en su conjunto -encarnado en cada uno y cada una de los y las actores profesionales y técnicos que intervienen en el proceso de la gestación, el parto y el puerperio- se encarga de que la especie se siga perpetuando dentro de su ordenamiento patriarcal, y para eso es necesario que los cuerpos femeninos estén a disposición, como fábricas de nuevos individuos, no como personas-sujeto, con libre albedrío, consciencia y voluntad. Es así como el poder de las madres en su momento de mayor potencia, se ve aplastado y anulado por el miedo y el maltrato. La evidencia preliminar indica que existe el maltrato de los recién nacidos durante los períodos inmediatamente posparto y posnatal. En un artículo de revisión de 2017, Emma Sacks ofrece una primera clasificación de los abusos o formas de maltrato hacia el recién nacido y su madre en el periodo neonatal[2]:
Abuso físico
● Palmear al infante o sumergirlo en agua fría para resucitación
● Procedimientos médicos dolorosos innecesarios
● Manejo brusco o inseguro, o sacudir al recién nacido
Maltrato verbal
● Acusar a la mujer por bajos resultados neonatales, bebé pequeño o bebé niña.
● Señalar como “defectuoso” al bebé pequeño, enfermo o con discapacidad.
Estigmatización o discriminación
● Discriminación contra pacientes pobres, analfabetas o miembros de una, minoría
● Considerar a algún bebé como “demasiado enfermo para ser salvado”
● Negar o amenaza de negar atención postnatal a causa de haber nacido en casa;
● Negar la tarjeta de vacunación por haber nacido en casa;
● Discriminación contra los gemelos
Fallo en alcanzar estándares de cuidados profesionales
● Separación innecesaria de la madre, el padre, el profesional y el recién nacido
● No contar con suficientes proveedores para la madre y el recién nacido
Ya desde 2015, la OMS ha llamado la atención de los Estados en relación a esta forma de violencia y discriminación hacia las mujeres, estableciendo un listado de prácticas iatrogénicas y hasta prohibidas en los protocolos obstétricos, cada una de las cuales tiene una consecuencia directa en el bebé. Quiero detenerme muy en particular a la separación rutinaria del recién nacido y su madre, con el fin de estabilizarlo, pesarlo, desinfectarlo, lavarlo, vestirlo, etc., prácticas rutinarias y normalizadas que constituyen maltrato al recién nacido. Esta rutina de separación, junto con la cesárea -cuando no está realmente justificada por motivos médicos- es quizás el ingrediente fuerte del nacimiento patriarcal, ya que despoja a la madre de su poder femenino, interrumpe el flujo de la experiencia del parto y la predispone a la depresión o al menos al “baby blue” en el puerperio, afectando su capacidad de maternar. El ciclo ininterrumpido de la vivencia materna del parto, en contacto con todas las etapas del proceso, da sentido al encuentro con el recién nacido; en consonancia con este proceso psicológico, la secreción de oxitocina tiene como consecuencia la necesaria sensibilidad hacia el bebé, el “coup de foudre” que le permite responder adecuadamente a las necesidades de éste. La díada es indisoluble en este momento crítico del nacimiento: si la madre no está totalmente “ahí”, la cría queda desamparada en su primera experiencia de vida extrauterina y así es recibida en su llegada a este mundo desconocido, siendo atendida por personas desconocidas, sola, “arrojada ahí” (como en el Dasein existencial de Heidegger). Tan malo no será, dicen, si todos hemos sobrevivido y de hecho la mortalidad neonatal ha disminuido drásticamente gracias a la medicina moderna; sin embargo, es probable que casi todos los humanos nacidos desde la mitad del siglo XX en adelante, vivamos arrastrando un trauma perinatal de abandono. Este trauma se manifiesta luego en diversas molestias a corto, mediano y largo plazo, que por frecuentes ya hemos normalizado: depresión/ansiedad postparto en la madre (y su consecuente ausencia emocional), cólico y llanto excesivo del recién nacido, dificultades en el establecimiento de la lactancia materna, trastornos del apego vincular (madre-bebé), déficit atencional, cefalea idiopática, entre otros.
Es necesario aclarar que en este escenario donde la madre, su pareja y su bebé están sometidos a un rol pasivo, los agentes activos pueden ser totalmente inocentes del daño que están causando, ya que este modelo es el que han aprendido en su formación profesional y está avalado por los sistemas sanitarios. Sólo algunos de ellos parecen estar conscientes e informados de que se está cometiendo violencia obstétrica; pero se encuentran con la férrea resistencia del sistema. Tal vez ha llegado la hora de que la obstetricia moderna se pregunte, en honor al principio hipocrático “primum non nocere”, si acaso el abuso de protocolos rutinarios excesivamente intrusivos -que en determinadas circunstancias salvan vidas- no estén provocando a estas alturas más daños que beneficios.
[1]https://www.researchgate.net/publication/325933924_OVO_Chile_2018_Resultados_Primera_Encuesta_sobre_el_Nacimiento_en_Chile [2] Sacks, Emma (2017) Defining disrespect and abuse of newborns: a review of the evidence and an expanded typology of respectful maternity care. Compartido por la Dra. Ibone Olza IESMP. Traducción libre de la autora.